Del sueño a la Realidad...

Sueño que me despierto, veo las nubes detrás de los árboles, me levanto y atentamente observo el rostro reflejado en el espejo... preguntándome quién es la que está durmiendo.

miércoles, 27 de junio de 2012

CONTEMPLAR Y ATESTIGUAR



Esta semana, como las de atrás está siendo una semana intensa, además de mis problemas de salud que originan verdaderas convulsiones a nivel emocional, me ha sobrevenido la acogida en casa de un gran amigo con un serio problema que se encuentra desesperado y apurado. He aprendido mucho con esta experiencia, lo primero es que a pesar de todos mis pesares siempre me queda la profunda intención de tender mi mano abierta al que necesita ayuda.

He hecho de terapeuta lo mejor que he sabido y a pesar de haber confiado plenamente en que mis intenciones y que la ayuda ofrecida venía de la fuente original he descubierto que nadie puede ser ayudado si no se ayuda a si mismo. 

Ver reflejado en mi entorno tantas cegueras como yo he traspasado, me ha ayudado muchísimo en el arte de darle el preciso valor al tiempo, aunque sobretodo me ha hecho ver respecto de él (del tiempo) que no hay nada que pueda hacerse antes de cuando es su preciso momento. 

Esta semana ha sido un canto al aliento y a la paciencia. Ha sido un reconocimiento al valor de las sombras por las que he transitado a lo largo de mi vida, también un esfuerzo tremendo en mantener un sereno equilibrio entre un bombardeo incesante de confusión, caos y desconciertos. Saber que un desequilibrio químico puede alterar absolutamente todas mis percepciones en un segundo, haciendome sentir lo que no reconozco como mío, saltar, destriparme, ponerme a llorar como una cría y seguir sabiendo que todo eso que sucede es temporal y por lo tanto parte del espejismo del Gran juego de la vida, me ha hecho ahondar aún con mayor fuerza en mi refugio interior. He descubierto un camino sencillo para llegar a una parte de mi que no se altera a pesar de que afuera todo esté saltando por los aires. Me acojo a la plena certeza y a la fe crucial, de sentirme una partícula de amor divino y dejo de identificarme con todo aquello que no refleja esa identidad inamovible.

Me gustaría poder decir que no he saltado, que no he dado una palabra más alta que otra, que no he tenido ningún momento de ceguera transitora pero a estas alturas, ni lo haré, ni nadie que me conozca me creería. Así que lo único que puedo seguir diciendo una y otra vez es que voy paso a paso por el camino, trabajo honradamente y poco a poco se abre mi comprensión y mi mirada acierta a ver, lo que detrás del pensamiento no vi ayer.

Me ha encantado el suceder de los días, la mágica sincronía de los procesos de atención diarios. Aprendo mucho, ya no a un nivel de aprendizaje forzado por la memorización de citas y de conceptos, todo lo contrario, estoy integrando lo que toca en el sobre cerrado de cada día, cuando atravieso las sombras me sorprende gratamente darme cuenta de puedo perderlo todo excepto a mi misma. La vida y la muerte están varíando también discretamente su significado y con el sutil cambio cambio mi día a día.

Los momentos terapéuticos vinieron en el día y la hora del mayor colapso, y aprendí a estar en el lugar y momento preciso para que ocurriera lo que tuviera que ocurrir. Y mi lección ha sido aceptar que todo aprendizaje ha de ser voluntario y evolutivo, que el universo siempre nos manda ayuda, pero que en la mayoría de las grandes crisis, nuestras cegueras impiden coger el cabo. Aún así mi actitud de servicio se sigue afianzando y mi anhelo se refuerza, porque sé que esta expansión ha superado con creces mi nivel persona y mi ego ha transcendido a la necesidad de hacer las cosas para un todo, para todos, y empiezo humildemente por lo que tengo más cerca, sin más pretensiones que estar abierta, entregada y preparada para cada momento. 

Eso me llevó con dulzura al don de la flexibilidad, mi estado físico me ha hecho entender que no en todos mis momentos, ni que todas las personas tenemos la misma fuerza, el mismo coraje y los mismos valores, así que empezando como siempre por dentro, estoy aprendiendo a exigirme sólo aquello que realmente puedo dar con honestidad.

Quizás lo más interesante de toda la semana ha sido también aprender por primera vez a decir basta, no, lo siento, no puedo, ahora esto es demasiado para mi. En esta humildad entiendo a mis hermanos como me entiendo a mi misma y los respeto, como respeto mi momento, la aceptación de la imperfección, de la perdida y … quizás de entre lo más alto que he podido aprender en estos días ha sido el dejar de luchar conmigo misma, vencerme sin convencerme, dejar de resistirme, al rendirme a mis propias fuerzas y resistencias internas y pedir ayuda. 

He entendido que no hay que llegar a las metas, que no hay metas, que no hay planes para la vida, que la vida se pasea en cada momento con lo que tenemos en nuestro interior aunque en plano físico a veces sintamos que no sea nada, entonces, cuando yo he sentido que no es nada, simplemente he permanecido sentada aceptando que no sé, esperando que la inspiración o una fuerza renovada me levantara y me invitara a seguir otro paso más. 

Ya no hay prisas, ya no hay metas, solo sentido y lucidez. 

Sigo siendo yo en la inmovilidad y sigo siendo yo en los holocaustos salvajes de los desequilibrios químicos de mis hormonas, porque tanto en el caos, como en la inmovilidad pura la consciencia sigue intacta, no se diluye aunque el pensamiento se cierna sobre una ceguera momentánea…. espero y espero y más pronto que tarde todo vuelve a su cauce, y el cauce es siempre el amor divino en el que me reconozco a diario. 

Del error y la experiencia, no hace falta que añada nada, puesto que pasado y futuro se combinan en una consciencia atemporal y sigo adelante con lo que tengo, aceptando cada error como una gran oportunidad, crezco, crezco y sigo creciendo. De los errores aprendo, evoluciono y gracias a ellos me observo, observo mis conductas exageradas, mis teatros obsoletos y los detengo. 

Gracias, estoy tan agradecida a este desequilibrio que me permite ver tan profundamente tanto que ignoraba, que no puedo más que seguir y volver a intentarlo, seguir con atención el proceso del ensayo-error hasta que de una u otra poco a poco se abre paso la consciencia. No tengo sentimiento de fracaso, el sentimiento que de mi se apodera con más resolución es siempre una gran mezcla de amor y gratitud.


Brisas del corazón que llegan como regalos en la cálida presencia del verano, brisas de gratitud de hacen sonar las campanas de mi consciencia. El agradecimiento se ha instalado tanto dentro como fuera de mi. Estoy viviendo lo que hay y confio en que lo que no consigo entender ahora, el proceso me dará más tiempo para entenderlo luego. Las campanas de atención que suenan al viento me recuerdan el movimiento, el nivel persona que se revela y revela la poderosa fuerza del programa, del ego y de la inercia. Pero todo ello no es más que un síntoma de atención, porque a pesar de todo lo más importante es que… LO VEO.

Mis ojos están cambiando, mis actos dejan de repetirse sin remisión y poco a poco se producen novedades que asimilo como grandes logros. Estoy muy tranquila en el fondo, la tempestad que ruge en la superficie es parte del juego de la vida y me presto a ella como un barquito de papel que tiene puesta toda su fe en la esencia de que no hay separación, de que no hay ayer, ni mañana, sólo momento tras momento de apertura, así en lo cotidiano empiezo a ser la que lleva las riendas de mi mente ordinaria, tengo herramientas para conseguir que deje de repetirme incesantemente tanto pensamiento negativo, empiezo a recitar pequeños mantras, grandes expresiones de pensamientos positivos, amorosos y compasivos, cuando se nubla lo que no consigo ver a simple vista me digo soy serenidad y me repito mientras mi cuerpo se convulsiona, presa de calambres, sudores temblores y escalofríos.

Hay un gran cambio. No tengo miedo. No existe un miedo que me convenza. Por eso sigo adelante, sé que todavía me queda mucho trecho y voy a recorrerlo porque tengo todo el tiempo del universo. Paso a paso, trecho a trecho.

jueves, 21 de junio de 2012

DE SONRISAS Y LÁGRIMAS



He cambiado mucho, he sido y posiblemente aún siga siendo, inmensamente profunda. Mi mirada no alcanzaba a ver más allá de la oscura ceguera del que no sabe que busca. Sin embargo el tiempo pasa y en su estela todo cambia. 

Ayer mi hija cumplía ocho años, el día ha sido un concentrado de emoción y nervios, sin duda preparar una fiesta bikinera para un montón de niñas acaloradas resulta entre divertido y complicado, pero las risas, las caras y las carcajadas han pagado con creces el esfuerzo. Creo que ahora me gusta esforzarme por las cosas del día y hacer de un día especial un acontecimiento imborrable. 

Mientras lo vivía una presencia mucho mayor que yo misma me presentaba un escenario superior, me reconocía en todos y cada uno de los seres que estaban a mi alrededor, mi hermano con su oronda satisfacción, ella sentada al borde esperando el momento de levantarse de la mesa de los cotilleos para encontrarse un gesto cómplice en un guiño, la embarazada que sueña ilusionada con su bebé y desconoce aún la letra pequeña, él que a pesar de estar desbordado por las circunstancias se pone el bañador y busca la manera de encontrar el ahora y abortar todos los miedos que le secuestran tan a menudo. La que tiembla al teléfono a cientos de kilómetros porque ha perdido la fe en su marido y llora presa de todos sus miedos. El que al otro lado del teléfono cruza la desesperación dando saltos entre errores para caer en el abismo del fracaso. Ella que con su cabeza rapada sube a duras penas los escalones de la casa con una sonrisa maravillosa en los labios y me da las gracias por la vida, por que ella sabe el valor del tiempo. 

He cambiado mucho, esta noche no duermo porque me ha desvelado la vida, porque el teléfono ha irrumpido en un desgarrado desencuentro y dos personas han roto la tensa cuerda que sostenía su amor por el insoportable peso de un solo malentendido. 

He cambiado mucho, hoy la brisa que me llega desde la ventana presagia vida, la noche es siempre cómplice se ha prestado para dejarme mostrar los vestigios de mi realidad y ahí es donde vivo y ahí es donde me reconozco atemporal y reflejo de la pluralidad que me envuelve, ahí es donde sonrío y le brindo mi agradecimiento a este insomnio ocasional y a la vida misma. Retomo el teclado abandonado durante tantos días y vuelvo a escribir el ritmo de la vida que me suena, porque la música de mi interior ya resuena más allá de mis muros, porque empiezo a arriesgar lo místico por un poquito de simple cercanía. 

Retomo el teclado porque el amor sigue siendo el motor de mi vida y el amor ha producido este cambio aparente, de un modo tan sutil como el goteo incesante que forma las esculturas calcáreas de las estalactitas. 

Hoy discurre la noche entre un sin fin de circunstancias ajenas y en todas veo amor, amor de todas clases, amor distorsionado, amor propio, desamor, amor desenfocado, amor errante… pero no todos los amores son súbditos del tiempo, porque existe otra clase de amor que no se subyuga, ni se empobrece al paso de los días, es un amor excelso que es siempre presente, que no se retrasa, ni se adelanta, que nunca se desborda, ni queda chico… es el amor del que ama lo que hay sin juicio, ni condición. El amor que da la mano, el que te ayuda a vestirte cuando te tiemblan las manos, el que sonríe al griterío de niños desmadrados y se divierte, el amor de madre y de padre que mira a sus hijos con confianza, el amor que le da un amigo a otro amigo y el amor que hace brotar por igual sonrisas y lágrimas. 

Lágrimas de amor que provocan cambios, que provocan orgullo y gratitud, sonrisas que perduran más allá de los recuerdos, cuando ya las apariencias han perdido su fuerza y quedan impresos en los márgenes los detalles realmente importantes. 

El cambio es el remedio para la parálisis, el elixir de la longevidad y la pauta precisa para surfear la ola del tiempo, sin que importe la ola, ni el tiempo, sólo el segundo que siempre sigue al ahora infinito. 

Si, he cambiado mucho.