Del sueño a la Realidad...

Sueño que me despierto, veo las nubes detrás de los árboles, me levanto y atentamente observo el rostro reflejado en el espejo... preguntándome quién es la que está durmiendo.

domingo, 18 de noviembre de 2012

EL OJO DEL HURACAN




En un momento llegó, presagió su entrada arrasadora tan solo con un estruendoso rugido, y todo empezó a saltar por los aires. Un remolino de caos alborotó el espacio entero, arriba y abajo se esparcía todo cuanto con tanto esmero he labrado en estos años: la templanza, el aprecio, el tesón, la fuerza, el entusiasmo, la alegría, la paciencia, el amor, la alianza, la correspondencia… todo. Lo humano y lo divino se agarraban de los brazos con tanta fuerza que me provocaba terror. Todo a mi alrededor se arremolinaba tan velozmente que me provocaba mareo, angustia, un terrible vértigo. Perdí por un segundo la noción del tiempo y de la gravedad y después de ese segundo… nada, el vacío. 

El vacío que inunda el medio del ojo de huracán, aquí no hay nada. Nada queda de mi. Aquí no hay aire, no puedo respirar, no puedo respirar! Un vacío intenso penetra en mis pulmones y me congela el aliento, me duele el pecho, el esternón, las costillas, las clavículas… intento aspirar en vano, abro la boca y el vacío constriñe mis vías respiratorias vaciándome por entero. 

El terror es lo único que aún puedo reconocer, todo lo demás es caos, todo lo demás está más allá del remolino. Se congelan mis párpados y una lágrima furtiva que rodaba estalla en hielo. 

En un segundo la vida entera se ha detenido, el tiempo se ha paralizado, sin aire, sin ser… ¿qué queda?  

El zumbido atronador ha dejado paso a un silencio tenebroso, los pensamientos mutilados son sangre putrefacta, desechos carnívoros de recuerdos equivocados. 

Todo se ha precipitado ante si mismo, ¿qué queda? ¿qué queda en mi? ¿Qué soy ahora, cuando ya no hay vida, cuando todo cuanto soy y lo que tengo ha volado estallando en mil pedazos y no queda ya nada que dar, ni aire, ni aliento? 

Estoy presa de las tinieblas, las cavernosas grutas del infierno han penetrado en mis entrañas royendo mis huesos, la angustia consuela el vacío de mi soledad. 

Lo que no di, lo que no viví, lo que no entregué, lo que no entendí y lo que no moví recitan salmos mortuorios y reclaman venganza con espuelas sobre corceles negros que fustigan mi espalda quebrada.  

El amor que habitaba en mi se ha deshecho, ha huido el muy cobarde reconociéndose en ultima instancia, sabiéndose impostor y necio. Y viéndolo partir entiendo tarde que el amor no mora jamás en la soledad, pero ese impostor ha salido corriendo en mala hora, pues entonando un crujido seco se ha partido en dos a medio camino, como mi voluntad. Ya no resisto más! 

No hay tiempo, aquí el vacío es penumbra y desierto. No hay vida, el sentido es como un escalofrío que recorre una corriente invertida de ocasiones perdidas, y un lamento quejoso y eterno se esconde muy vagamente más allá de mi pretenciosa rotura. 

Más allá del caos, el sentido y mi alma perdida se apagan, su tenue luz apenas se distingue como una llamita que parpadea entre la herrumbre y la ceniza. ¿qué queda aún? ¿por qué no muero? ¿por qué no se acaba esta tortura insoportable? No hay un solo agujero que perfore este vacío que atrona en silencio. Si no hay aire, ni ser, ni nada! ¿Qué queda? ¿QUÉ QUEDA? Grito en silencio y nada me contesta. Nada es. 

No hay piedad para la angustia, la angustia y el dolor se apoderan de mis tripas, ruge el sendero agotador de mi sufrimiento como maderas retorcidas en un torno implacable, y yo sigo aplastada sin vida y sin muerte en este punto. 

No hay salida, ¡lo siento! ¡no puedo! me rindo, no puedo vivir sin aire, no puedo vivir sin ti! 

Ahora si. 

Ahora entiendo, ahora sé, ahora siento y nada importa ya. Porque consigo ver tu rostro en mi memoria y en el mar de tus ojos descubro mi destino. Sé que esto pasará, ya no siento nada, no hay miedo, no hay muerte, ni vida, no queda aire… pero tu luz se ha posado junto a la mía y juntas forman una sola luz brillante, cristalina y cálida. Es lo único queda tras del terror y la muerte, más allá del dolor y la angustia, más allá de lo soportable y lo insoportable, más allá aún del más allá, está la Luz, nuestra Luz. Lo sé, ahora sólo ella puedo ver, no hay más, nada más hay. Al final … Confío.

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