Creo en los milagros,
en la gente derecha, en los que tengo cerca.
Creo en las posibilidades,
en soñar que se puede y hacer lo imposible, para que sea.
Creo en la gente,
con todo, su pequeña humanidad inconclusa, sus disgustos, sus penas y su gran capacidad para sobrevivir.
Creo en la amistad,
en la buena voluntad, en las distancias cortas, en el abrazo abrigo y en la mirada invertebral.
Creo en los puntos suspensivos,
el gerundio indefinido, las comas, en las esdrújulas y en la expresión.
Creo en el lenguaje del amor,
en la palabra contenida, en el susurro intimo, en el silencio mirado, en la sostenida promesa y en el latido.
Creo en mí,
en mis sueños, en mis arranques, en mis corduras y en el desgastado pulso con la irrealidad.
Creo en la energía,
en la potencia que impulsa al paso a ser andado, en el gesto que acorta fríos y que guarda las espaldas descubiertas.
Creo en la vida,
porque respiro, porque siento, porque soy.
Creo, yo creo, si creo.
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