De las pestañas quebradas han brotado nuevas andanzas, para filtrar con otros aires los vientos de lo imprevisto, que desde siempre están renovándose en una trenza inacabable de bucles y rondas, son los ciclos que culminan los equinoccios y los solsticios con la astronomía de mi ser interno; Es la atracción oculta de la intención más ciega, lo que aprieta el nudo de las palabras húmedas que ahogadas, se marchitan en la laguna de la soledad de Uno.
Y cada día, cada mañana, cada hora y cada minuto me aplomo en la determinación indestructible de ser; Sin ser esto, ni aquello que pudiendo dar un nombre, sentido o color dejo de ser de un instante a otro.
Y cada día, cada mañana, cada hora y cada minuto me afirmo en la intención de recordar mi sitio original, descartar todo lo que circula por el mundo de las apariencias y emprender el camino delgado de la verdad, incluso cuando la enredadera sesgada de las dudas se ramifica.
Y cada día, cada mañana, cada hora y cada minuto me detengo, me siento y espero sobre el filo del hacha de la voluntad y del silencio, dejando al tiempo que paste a lo ancho y largo, desde el abismo hasta el mar de los cielos a contemplar serenamente como la paciencia ilumina sólo y exclusivamente un Único brote entre la raíz cuadrada de los cien mil finales posibles, y descartar todo aquello que la luz no alcance, dejar que el viento se lo lleve, como se lleva la paja y deja el grano.
Y cada día, cada mañana, cada hora y cada minuto, el latido exacto impulsa la vida que gasto, con gusto y sin prisas, porque el corazón sabe oportunamente que el instinto reclama tan sutilmente que solo el silencio y la sabiduría del alma consiguen descifrar su norte, así que cada vez ando con el paso más corto, me aprieto la prudencia, aflojo los miedos y me lanzo con más fe que nunca al vacío... sin vértigo.
Me ha llenado de vida, del empuje brutal que toda semilla contiene para vencer a la tierra y brotar. De ensueños y pasiones que me entroncan con la vida.
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